Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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905
Legislatura: 1879-1880 (Cortes de 1879 a 1881)
Sesión: 16 de junio de 1880
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 191, 4919-4921
Tema: Libre ejercicio de la regia prerrogativa

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. SAGASTA: Voy a pronunciar dos palabras nada más como protesta a los aplausos con que han sido recibidas las que acaba de pronunciar el Sr. Pidal, que si lo merecen por la forma retórica con que las ha expresado, seguramente no lo merecen de esta mayoría, por las ideas y el espíritu que dichas palabras entrañan. La mayoría ha desconocido esto, Sr. Pidal, pero no tanto como S. S. se figura; porque esas masas honradas de los carlistas a que S. S. apela, son los rayos con que S. S. quiere formar la tempestad para exterminar todo espíritu liberal. (Muy bien, en la izquierda.) ¡La mayoría le apoya! ¡Ahí tenéis! ¡Le aplaude! ¡Ahí tenéis! Se ataca al partido liberal y se le llama filisteo, a la vez que se califica de honradas la masas carlistas. ¿Pues qué sois vosotros, señores de la mayoría? ¿En qué está fundado el Trono de D. Alfonso XII, sino en el partido liberal? (Bien, bien, en la izquierda.)

No, Sres. Diputados, no hay que dejarlo así. Mucho siento no oír a menudo la elocuentísima palabra del Sr. Pidal; pero haría bien S. S. en guardar silencio, si ha de continuar al lado de esta mayoría. Aquí no caben las masas carlistas, aquí no caben más que las masas liberales, a no ser que las masas carlistas se declaren masas liberales. (Varios Sres. Diputados: Eso ha dicho.)

Y por lo que se refiere al general Martínez de Campos, ¿por quién cree S. S. que ha combatido? Por la libertad y por la Patria. Ha combatido contra los carlistas, ha combatido contra las ideas de S. S., ha combatido contra sus correligionarios, representando la causa de la libertad y de D. Alfonso XII. Sí, somos los Filisteos, y ahí está Sansón que quiere abrazarse a las columnas para derribar el templo de la liberad, ese templo del progreso y de la civilización, que nosotros hemos de sostener.

Y dicho esto en protesta de lo que acaba de manifestar el Sr. Pidal, nosotros declaramos que teniendo esta proposición el mismo carácter que la del Senado, y no queriendo nosotros intervenir, ni aun con el voto negativo, en una cosa que creemos atentatoria a la Regia prerrogativa, nos abstenemos de votar.

El Sr. PIDAL Y MON: Pido la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Francamente, señores, la primera impresión que me ha hecho el calor con que ha hablado el Sr. Sagasta, es la impresión de la extrañeza, porque no comprendo bien, a primera vista a lo menos, cómo el Sr. Sagasta, que en momentos dados ha creído que podía coaligarse con los republicanos, combate, fulmina de la manera que los ha fulminado, rayos contra un Sr. Diputado que en uso de su derecho viene aquí a decir que conservando sus ideales y sus principios y su dignidad, prefiere la política del Gobierno a la de los señores de enfrente, y va en unión de algunos amigos suyos a darle su voto. ¿Qué tiene esto de particular? A mí me parece que tiene bastante menos de particular que una coalición cualquiera con el partido republicano de parte de un partido tan celoso de la Regia prerrogativa. (El Sr. Sagasta: Pido la palabra.)

Esta es la verdad, señores; y por otra parte, si el Sr. Pidal, en su elocuentísima improvisación, y aun ofreciendo tan alta y tan generosamente como ofrece su voto al Gobierno en este caso, hubiera dicho algo contra las instituciones vigentes, hubiera dicho algo contra la Constitución del Estado, hubiera manifestado el menor propósito contra estas instituciones o esta Constitución, hubiera yo inmediatamente usado del derecho que me asiste para hablar como Ministro siempre que lo tenga por conveniente, anteponiéndome a S. S., que no es S. S. el único defensor ni de la Constitución ni de las instituciones vigentes: lo es el propio Sr. Pidal, el elocuente Sr. Pidal en las declaraciones que ha hecho esta tarde. Todo lo que ha dicho ha sido que desea que cierto partido que vive fuera de la legalidad vigente venga a someterse a esa legalidad. ¿Y qué? ¿no le tocaría a S. S. volverse más bien hacia otro lado de la Cámara y pedir a otros Diputados, y agradecerles que se sometieran también a la legalidad, que reconocieran la legalidad? Y cuenta que esto ni remotamente lo digo por el Sr. Pidal, que todo el mundo sabe que no solamente la reconoce ahora, sino que la ha reconocido antes, y que dentro de sus principios ha sido uno de sus creadores, por lo menos en lo que toca a la Monarquía; pero lo digo por esas masas a que ha aludido.

Esas masas monárquicas, enemigas hasta ahora, o que no han aceptado la Constitución hasta ahora, ¿pueden ser rechazadas con más títulos que las masas que son enemigas de la Monarquía y de todos los principios verdaderamente fundamentales de la Constitución actual? Pues yo deseo que los unos y los otros vengan a vivir bajo la legalidad existente.

El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Sr. Pidal y Mon.

El Sr. PIDAL Y MON: Después de la brillante rectificación del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, cuyas palabras acepto por completo, estoy dispensado de contestar al Sr. Sagasta; sin embargo, es tan grave lo que S. S. ha dicho, que no puedo menos de llamarle la atención sobre ello, diciéndole: primero, que no es S. S. quien puede darme a mí lecciones de dinastismo; segundo, que S. S. sin duda olvida que cuando vino la restauración vino contra S. S., y tan fuera de la res- [4919] tauración estaba S. S. en el Ministerio, como los carlistas en el cambo de batalla; tercero, que la Monarquía ha venido para hacer una gran pacificación y restablecer el orden social, y no han de ser SS. SS. Los preferidos y los carlistas los parias, porque hayan tenido más fuerza para defenderse que S. S. en las montañas.

Respecto al general Martínez Campos, la historia lo ha dicho ya, y yo me complazco en llamarle el pacificador de España. Él ha puesto a salvo la causa de la legitimidad y del derecho; él ha sido el que acabó con la guerra luchando en los montes de Vizcaya, de Navarra y de Cataluña; pero lo ha hecho de tal suerte, que en vez de enconar más los odios, ha podido oír al partido carlista decirle las mismas palabras que pone Góngora en labios de aquel moro de los Gelves, capitán de cien zenetes, dirigiéndose al español de Orán:

"Valiente eres, capitán,

y cortés como valiente;

con tu trato y con tu espada

me has cautivado dos veces. "

Pero no pretendáis hacer olvidar que si el general Martínez Campos venció a los carlistas, también venció antes y más fácilmente a aquellos a quienes ahuyentó como a las nieblas el sol, con sólo desvainar su espada en los históricos campos de Sagunto.

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. SAGASTA: He protestado contra los aplausos de la mayoría, al ver que el Gobierno aceptaba como buenas y como suyas todas las palabras pronunciadas por el Sr. Pidal, porque el Sr. Pidal atacaba con encono, amenazaba de exterminio al partido liberal. (Varios Sres. Diputados: No.) ¿Cómo que no? ¿No nos ha llamado los Filisteos, al propio tiempo que calificaba de honradas a las masas carlistas? (Sí, sí, en la izquierda.)

Yo deseo que vengan al régimen legal todas las masas, las de un lado y las de otro lado; pero no quiero que vengan unas masas y que pretendan lanzar de la legalidad a otras.

El Sr. Presidente del Consejo no tenía para qué traer aquí el republicanismo, porque el republicanismo no ha hecho nada hasta hoy sino respetar el régimen que nosotros tenemos.

Además, yo debo decir a S. S. una cosa, y es, que entre la República, que al fin y al cabo proclama y defiende los principios liberales, y la Monarquía con las sombras en que la quiere envolver el Sr. Pidal, que es la Monarquía absoluta, me voy a la República. (Ruidosas manifestaciones en diversos sentidos.) ¿A dónde, a dónde se iría el Sr. Cánovas del Castillo: con la República, o con la Monarquía absoluta? (Fuertes y prolongados murmullos.) No; yo soy monárquico, porque soy liberal, y como la Monarquía absoluta no me da más que oscurantismo, despotismo, tiranía, soledad y muerte no quiero la Monarquía absoluta.

¡Ah, señores! Después de dos guerras civiles, después de derramar tanta sangre, ¿habíais de ir al absolutismo? (Continúan los murmullos.) Veo que estáis simpatizando con el carlismo. (Muchos Sres. Diputados: No, no. -Grandes protestas y reclamaciones que impiden oír al orador. El Sr. Presidente agita repetidas veces la campanilla y procura restablecer el orden.)

¡Ah! Yo me alegro mucho de haber pronunciado estas palabras, porque las vuestras han sido una insigne protesta contra las palabras del Sr. Pidal. Nunca puede haber duda para los que somos liberales, entre la libertad y el absolutismo, bajo cualquier máscara que se disfrace. (Grandes muestras de aprobación en los bancos de la minoría.)

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Naturalmente, señores, no es función necesaria del Gobierno haber de intervenir en los debates más o menos acalorados que se promueven entre los Sres. Diputados, y puede muy bien ser y es de ordinario ajeno a ellos; pero el Sr. Sagasta ha dado tal importancia a este incidente, y la Cámara con sus contrarias y homogéneas manifestaciones, ya con unas, ya con otras, se la ha dado de tal suerte, que no puedo menos de levantarme a decir algunas palabras.

Si yo hubiera oído aquí hacer la apología de la Monarquía o del Monarca carlista a quien quiera que fuese, he dicho antes y repito ahora, que hubiera usado de mi derecho de Ministro para adelantarme al Sr. Sagasta a protestar con la misma energía que lo ha hecho S. S. Pero yo no he oído nada de esto: yo he visto levantarse al Sr. Pidal para emitir las opiniones que ha tenido por conveniente, y con sólo oírle no he podido suponer que fuera tal su intención; porque el señor Sagasta y sus amigos políticos, y las fracciones que puedan serle afines, podrán decir del Sr. Pidal todo lo que quieran, todo lo que su pasión política les dicte; pero yo me atrevo a decir una cosa, que para mí no tiene duda, y es, que el Sr. Pidal no es ni ha sido jamás carlista. Por consiguiente, aquí no se trata para nada de carlistas, ni se puede tratar de carlistas.

Todo lo que ha dicho el Sr. Pidal es, que las masas honradas, que trabajan, que oran y que viven en paz, desean la continuación de esta paz sobre todo, y que él las estimulaba a acogerse a la legalidad vigente. ¿Es que el desear que esos españoles, sean los que quieran, se sometan a la Constitución vigente, es hacer la apología de los carlistas? ¿Es que no sería un beneficio para todos los partidos constitucionales que esas masas, que nos han creado dos guerras civiles, entraran en la legalidad y entraran en la Constitución del Estado y ajustaran a ella todos sus actos? ¿Qué provocación es esta? ¿Qué hay aquí, que tenga nada que ver con el antiguo partido carlista? Frente a esas exageraciones el Gobierno coloca su propia opinión, y la opinión del Gobierno es, que trabajando unos y otros de buena fe, cada cual por su parte, en el sentido a que le inclinen sus convicciones, procuremos, si ello es posible, que todas las masas españolas vengan a vivir bajo la legalidad vigente. Siendo, como es, éste es el principio del Gobierno, porque haya un Diputado que diga que ciertas masas deben reconocer la legalidad vigente, y haya otras que, aunque lo sientan, no lo digan hoy, por eso ¿ha de protestar el Gobierno? Pues diga el Sr. Sagasta otro tanto que ha dicho el Sr. Pidal, respecto a masas que están en otro concepto fuera de la legalidad vigente, y yo le aplaudiré, porque ya he expuesto cuál es en este punto el principio del Gobierno.

Por lo demás, el Sr. Sagasta me ha dirigido una pregunta, y pensaba al dirigírmela que me iba a crear un gran embarazo. Pues no me crea ninguno. Yo seguramente no sería carlista jamás, y el partido carlista me debe bastante guerra, y he hecho bastante contra él cuando era tiempo de hacerlo, cuando estaba con las armas en la mano contra el Rey y la libertad, para saber que tiene y ha tenido siempre en mí uno de sus [4920] mayores adversarios. Pero de que no pueda ser jamás carlista no puede deducir nadie que en determinadas circunstancias yo me había de hacer necesariamente republicano: ni lo uno ni lo otro; monárquico constitucional. (Varios Sres. Diputados de la mayoría: Bien, bien.)

El Sr. PIDAL Y MON: Pido la palabra para rectificar.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. PIDAL Y MON: Dos palabras para calmar la excitación, y he de emplear el tono más humilde de que sea susceptible mi garganta.

No me asusta, señores, la acusación de carlista dirigida contra mí por el partido liberal: es sistema tradicional en el partido progresista. Al mismo general Martínez Campos le llamaron carlista los amigos del Sr. Sagasta cuando desenvainó su espada en los campos de Sagunto. (Varios Sres. Diputados de la minoría: Jamás). ¡Sí; habéis comparado aquel movimiento con el movimiento de San Carlos de la Rápita, es decir, con un movimiento carlista, diciendo que sólo podía aprovechar a los carlistas! (Rumores.) Vuestros periódicos, los diarios que os apoyaban cuando no erais monárquicos, ni absolutos, ni constitucionales, sino dictadores innominados, decía que si se llegara a presentar la bandera de la legitimidad de D. Alfonso, acudiríais a los carlistas para oponeros a ella (Muchos Sres. Diputados de la minoría: ¡Jamás! ¡No es cierto! -Grandes rumores y protestas. -El Sr. Presidente llama al orden repetidas veces) Sí; dijisteis eso, que todo lo tengo bien registrado; porque aunque me calle, no es porque renuncie a hablar, que ya hablaré, y no pasaré en silencio esa leyenda, que pretendéis ahora forjar aquí, de la revolución de Septiembre, vosotros que uno y otro día habéis venido todos renegando de ella.

El Sr. PRESIDENTE: Señor Pidal, si esto ha de tener algún término, yo ruego a S. S. y a todos los oradores que puedan hablar, me ayuden para este objeto.

El Sr. PIDAL Y MON: Tiene mucha razón el señor Presidente, y voy a sentarme sin más que pronunciar esta frase sintética, cuyo desarrollo dejo al país y a la Europa entera: ¡triste libertad, si no tuviera más representante que el Sr. Sagasta! (Grandes rumores.)

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra para rectificar.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. SAGASATA: Ya ven los Sres. Diputados a qué viene aquí el Sr. Pidal: a excitar todo el encono que es posible. ¿A qué viene el recuerdo de lo que nosotros pudiéramos haber hecho con el general Martínez de Campos? Pues yo declaro que si el general Martínez de Campos, siendo yo Gobierno como lo era entonces, en vez de vencedor hubiera sido vencido, hubiera sido fusilado. (Grandes rumores.) Este era el deber que me imponía mi cargo, y se hacía más ineludible todavía ante la guerra carlista. (Bien, en la izquierda.)

El Sr. PRESIDENTE: Señor Sagasta, me permito dirigir a S. S. el mismo ruego que al Sr. Pidal, con la esperanza de que me secundará.

El Sr. SAGASTA: Voy tan sólo a indicar la significación del Sr. Pidal.

Yo no he dicho hoy que el Sr. Pidal fuera carlista; pero S. S. quiere una Monarquía como la que querían establecer los carlistas. (Rumores.) Tampoco el Sr. Nocedad era carlista cuando estaba en las Cortes y defendía como Ministro de la Gobernación una Monarquía igual a la que S. S. defiende, y al fin y al cabo se hizo carlista. (Bien, en la izquierda.)

Pero ¿qué quiere S. S.? ¿Aumentar las diferencias que pueda haber entre los que constituimos el gran partido liberal, lo mismo conservadores que liberales? ¿Quiere eso? Pues entre nosotros no había más que diferencias políticas, y entre vosotros y otros partidos puede haber diferencias de honra y de vida o de muerte. (Aplausos en la izquierda.) [4921]



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